lunes, marzo 21, 2005

Crónica de una visita al taller de poesía de María Medrano en la Unidad 31 de la cárcel de Ezeiza

Persiguiendo un lugar sin punto de vista uno traspasa puertas y rejas, umbrales. El sufrimiento no es, sin duda, un hecho estético. Y sin embargo, hemos visto a las consecuencias del sufrimiento, una y mil veces, pegar la vuelta perfecta que da un panqueque en el aire. Describir un círculo, una manera de girar que al la vez que mágica nos resulta lógica. Lógica y triste, tal vez explicable o inexplicable, pero tangible.
Entonces busco una nueva puerta. Me dicen para desanimarme "que voy a ir a mirar como desde afuera". Antes me quedé callada. Ahora puedo contestar que el afuera que vemos desde afuera es mucho más lejos que el afuera desde adentro. Y esa era otra de las cosas que me llevaron. Me llevó el azar como fuerza conductora de los hechos todos en primer lugar. Pero después del azar y la duda, los hechos.
Lo que veo: el taller no pensado como un taller mecánico "si sacás dos tuercas de acá y la bujía de allá la cambiás por una nueva". No. Ni tampoco una cuestión de si más harina o menos azúcar. El taller como un lugar de llegada y de partida. Uno se siente naturalmente invitado a hacerse preguntas sobre la libertad, interior, exterior, de adentro, de afuera ¿dónde queda cada cosa?, y ahí uno para. Sin embargo las chicas del taller me advierten que esta unidad no es muy representativa de la vida en la cárcel. Lo dicen de otra manera "al lado de otras unidades, el nuestro es un internado de señoritas". Otra vez las preguntas del huevo o la gallina. ¿Existe buena conducta en los lugares donde hay talleres de poesía o son posibles los talleres solamente en estos lugares? Lo que sí está claro es que siempre acá los proyectos duran tanto como tan grande sea la motivación personal de quien lo lleva a cabo. Ahí más que en ninguna parte se nota que el aparato no es ningún gran arco de contención para las problemáticas sino el cubo de cemento donde se trata de dejar apartado todo lo que pudiera ser conflictivo. Si uno ha entrado ahí no sabiendo muy bien cómo llegó, se va con más dudas que Raskolnicoff en Crimen y Castigo.
Y mientras tanto el panqueque sigue girando sin caer de ninguno de los dos lados. Me voy agradecida, de la oportunidad, del trato, del jugo de la sensación.

domingo, marzo 20, 2005

El dedo es un gran medio de transporte

Fecha de viaje: enero de 2000

Recorrido: Buenos Aires / Córdoba / San Luis / Mendoza / Chile

Reparto
nati (yo, 21 años)
nico (amigo de nati desde la secundaria, 21 años)
fede (amigo de Nico desde otra secundaria, luego amigo de todos, 20 años)
félix (hijo de nati y de leo, 1 año y medio)
leo (ex pareja de nati, papá de Félix, amigo de Nico, luego amigo de todos, 21 años)
gastón (amigo de Leo, luego amigo de todos, 23 años)

Día 1
10 horas de micro. El aire acondicionado va a tope.
-Nos estamos muriendo de frío al fondo, chofer
-Es para desempañar los vidrios, ¿no tenés para abrigarte?
-Sí, pero lo uso para el nene, yo me congelo.
Bajó el aire, un rato.
Desayuno a la sombra, recién llegados, con cindor y sandwichs. A dos horas de encontrarnos en el pueblo con los compañeros de viaje se lanza una tormenta, sobrenatural.
Llueve toda la noche. Debajo de un techito van las bolsas de dirmir y nosotros en ellas. Creo que fue mejor en el micro.

Día 2
Balneario, río, sol.
Bienvenidas vacaciones. Los chicos salieron a explorar. Yo volví antes porque Félix se durmió en mis brazos. Encontré amigos en la plaza. Noche amena de guitarras y porros. Todavía no sabemos a dónde seguimos.

Día 3
Yo quiero seguir al norte. Conocimos dos parejas que viajan juntas. Una de ellas me encanta. Al principio creí que solo él me gustaba. Ahora sé que me gustan los dos. A ellos les encantó Félix. Creo que van a tener un hijo en cuanto puedan.
Hoy vamos al dique y después quien sabe...
El calor y la sierra son toda una cosa,
misma
Olor a naranjas y nubes espesas. Al frente la iglesia y la tormenta. Silencio y pasos.
Mi mente juega a que escribe cartas. Hay en mi memoria un último beso que vuelve cada vez que mi alma se sosiega.
El sol está que pela y seguirá quemando.

Día 5
Me acuesto en el río y siento
Como arrastra mi cuerpo
Despacito,
Sobre la arena
Y las piedras
Imagino haberme ido de él
La voluntad del agua me guía
Nono nos albergo una noche
Y nos dejo hambrientos de cascada
La civilización esta todavía muy cerca
Su buena y su mala gente.

Día 6
Playa lluvia estación ruta.
Muchos llantos y pañales
Camino desconocido
Y llegar al paraíso

Día 7
Dique "los pozos"
101 metros de profundidad
Nadando unos 20 o 30 metros desde nuestro fogón se ven las nubes contra las montañas, bajo sus picos, del otro lado del dique
Nico dijo como al pasar que trajo mescalina. Ahora fueron a buscar comida.
Las flores son pequeñas y azules y la inmensidad abarca.

Conversación

C: Yo siempre flasheo con eso, los muertos y el río...
N: Que raro este mosaico, que esté acá en la orilla...
C: no, pero el río sube y trae todo
N: Esto no flota, a lo mejor vino con algo
C: o con alguien
F: ....?
C: o cuantos muertos te pensás que debe haber acá
N: es de Farrel, así que unos cuantos

Imagino

Una denuncia anónima
Que haga vaciar el dique o
Una inesperada sequía
a tal fin
y veo ante mi, entre esta sierra
el fondo de la tierra y
cuerpos muchos, cientos de
detenidos desaparecidos
del ultimo golpe
imagino en mi camino solitario, llegando periodistas y cámaras
a mostrar la muerte,
que siempre estuvo allí.

Día 8
Dedo. Del dique al cruce. Del cruce a las rosas. Ahí una birra y otra vez al cruce. De ahí a Merlo. El último dedo viajé solo con Félix, con las dos mochilas. Una señora en un auto se negó a llevar a los chicos. Trabaja en la estación de omnibus y ahí me deja. Si todo sale bien, dormiremos juntos bajo la luna de hoy. Si no, nos quedaremos con Félix aquí.

Día 9
Todavía amarguito en la lengua. Quizás otro día cuente
Que pasó este día
Por ahora
Agua verde
Y muuuuchas piedras
De colores
Y cascadas
Nubesierra
Y luz

Día 10
Espesura. Día nublado
Empecé este viaje con dos amigos como una forma de auto imponerme celibato emocional. Quién va a acercarse a una chica que viaja con su hijo y dos hombres. Anteayer nos encontramos con Leo. No vamos hacia el mismo lado, mezcal me lo mostró claro.
Lloré y dormí sola y estuvo bien. Sin embargo, quizás viajemos juntos
Donde hubo amor, quién sabe qué es lo que hay ahora. Pero manos y cuidados han estado conmigo. Sólo quiere decir lo que dice. Y solo quiere decir que no voy a mentirle a mi pancita.

Día 11
Hoy se nos eclipsó la luna. Literalmente una sombra se fue posando sobre su rostro hasta que la lunallenablanca se convirtió en una medalla de bronce. Justo en la mitad del viaje, justo la luna toda.
Ahora ya es la mañana
Dormí bajo las estrellas
Estoy en la montaña
Y ella en mí
Al oeste volando
Voy saliendo
Es la cordillera
Que me llama con agua de abajo y de arriba
A dedo o en brazos
Mañana llego.

Día 12
Félix duerme en mi regazo. Tengo la sensación de ya haberme ido de aquí. Mañana será cierto. Por fin la ruta y nuevo rumbo. Sé que vamos a pegar una buena.
Mucho sol y otra vez agua helada.
Volví al sitio del día 9. No era el mismo y sí. Terminé de notar su brillo por la ausencia. Ahora un rato de Yoga y ver anochecer.
Cantan pájaros muchos. Atardece.

Día 13
Domingo y salimos a hacer dedo al mediodía. Mala idea
Aparece un colectivo, acondicionado cual casa rodante de una película de Kusturica.
Un gordo y sus siete hijos
Y su mujer
Y dos cachorros
Nos llevan treinta kilometros, eso dicen, porque a los quince se rompe la junta del carburador y volvemos exactamente al punto de partida.
-Disculpen chicos, es que en Villa Dolores me lo arreglan gratis...
En total, siete horas en la estación de servicio.
El paseo en bondi estuvo bien, como entretenimiento, pero dejó sabor amargo.
Chata roja y cincuenta kilómetros. Una buena. Félix no lo podía creer. El viento del ocaso lo despeina.
Estación de servicio y un micro lleno de niños, me ven con Félix, lo piensan un poco y nos llevan.
Villa Mercedes, 10 pm. Dedo en la ruta no resulta y hay más mosquitos que autos con onda.
Muchos más.
Hay que armar la carpa y seguir mañana.
Parador de camiones. Porción de fritas, un peso.
Y en la mesa de al lado los camioneros, duro y parejo al tinto.
-¿A dónde van?
-Pa´ San Luis
-Los lleva él
Él -Si van para Mendoza también los llevo...

Día 14
Mendoza. La ciudad siempre es ciudad
La cordillera y sus picos
Qué más.
Pasa una camioneta con un letrero
"Matamos por encargo
(Al lado, en letras más pequeñas)
Hormigas, ratas cucarachas"
Y en la puerta, sanidad ambiental,
que debería ser algo lindo
pero los condicionales no existen.

Día 15
Cada vez que subo más en la
montaña
me siento
me veo
más cerca
de los puntitos luminosos del cielo.
Hospitalidad inesperada nos salva
del percance de los papeles
de la frontera
Ahora hay una pizza en el horno
No quiero volver
No

Día 17
Cruzamos en camión después de esperar dos días en el puerto seco, enfrente de la villa y las putas. A Nico le roban la guitarra y se pasa el día llendo y viniendo entre los rochos y los ratis. Nada que merezca ser recordado,
más que,
el sol que baja en la ruta
en camión
y la cordillera.
En la noche los camioneros invitan la cena,
fue casi demasiado bueno.
La mujer de uno:
-¿Alguien lleva una bitácora?
-¿Qué es eso? -pregunto.
-Un diario con todo lo que les va pasando
-Sí, yo.
-La única mujer...

Día 18
Salimos de Uspallata a las 9. El lugar era increíble, pero si me quedaba, no podía llegar a la playa. En tres o cuatro días tengo que estar trabajando. No me queda mucho, considerando una vuelta de 36hs.
He decidido no pensar en eso más.
Hoy bajamos los treinta caracoles de la cordillera. Chile es tan fértil como no había imaginado. El camino nos mostró su fuerza. Había cruces a cada lado de la ruta, pasamos por el cementerio del andinista y ya habíamos escuchado varios cuentos antes de salir

Alguien -Ayer en el Aconcagua se murieron cuatro...
Yo -Sí, alguien nos dijo, una familia...
Alguien -No, tres turistas y el hijo de doña Elsa...
Otro -El hijo de doña Elsa, conocía bien, había nacido aquí...

Parece que ya son ocho...

Ahora seguimos con Leo y Félix, por los papeles de la frontera. Fede se queda, porque es menor y no tiene permiso. Nico y Gastón le hacen la segunda unos días, él vuelve y ellos siguen a Chile. Hace diez días que nos encontramos con Leo, y todavía no hemos hecho el amor. Estuvimos bien cerca, pero en mi pecho había claridad y una voluntad muy precisa. Sabía que no quería dejar acercarse a nadie. Eso va a durar creo, lo que dure. Ahora un bus me lleva al asentamiento hippie más cercano sobre el pacífico. Hoy playa, vino, mariscos y good show.

Día 21
No quiero volver y estoy volviendo. Ahora mismito, varada en Mendoza hasta las dos de la tarde. Son las nueve de la mañana. Días 19 y 20 quedaron cubiertos por una ola verde y azul pacífico. Chile y sus casas de colores quedaron conmigo. La playa y el bosque me dieron lo mejor. Pan casero y uvas bien baratas. Mis postales urbanas me acosan con sus quizás.
Quiero conservar las picaduras de araña, las piedras, el bronceado.
Quiero una cama limpia, una ducha y mi gente.
Quiero todo.
No soy feliz en la vuelta.
Y sé que cuando me vaya para no volver
El miedo va a venir conmigo,
Como ahora.
Que de tanto ir a ninguna parte llegué más lejos de lo que sabía.

Dos mundos al frente y la tristeza inherente a saber que uno
Se acostumbra
Tan fácil
A todo.

sábado, marzo 19, 2005

Maleficio

Miró a la gente a su alrededor como quien escupe una suciedad oscura y pegajosa. Estoy maldecida pensó, aunque quizá se dice maldita. Él pasa y apenas la mira. Agustina se pregunta seriamente si cree en la cuestión penosa del destino, de que hay un destino. Si él y esta oficina son un destino y hasta qué punto un destino inexorable. La alfombra despide un penetrante aroma a cenicero. Hombres y mujeres entran y salen con apariencia fresca o la camisa sudada. Ahora se da cuenta de que quizá el gusto en la boca no sea por haber tomado tanto anoche sino por haber dormido poco. Debe tener cara de resaca, prefiere no ir al baño a constatarlo, otorgarse el beneficio de la duda. Y él. ¿Él qué? Él diría que se trata de un simple aunque poderoso ataque de hígado. Se pregunta por qué debería importarle lo que él piense. Y se calma porque ya no encuentra respuestas para darse. Se acuerda, hace diez años, cuando tenía once, iba a la psicóloga. Muchas veces en el consultorio tuvo esa sensación de no poder seguir rebatiendo sus propios argumentos. Ella decía ?sólo quiero ser normal, no es mi culpa si nunca me gustaron las muñecas?. Pero ahora decide que el tiempo sucederá más rápido si mecaniza su trabajo y persiste más allá de la desconcentración. Le saca punta a un lápiz, vuelve a guardarlo. Toma una pila de papeles de uno de los cajones. Pasa las páginas, hace algunas marcas. Vuelve a dejarlos donde estaban y comienza a escribir mirando fijamente el teclado. Sólo se inquieta en el momento en que él sale de su despacho. Lo ve caminar, lo siente inclinarse y escucha ?...los informes de compras y las cartas para la embajada?. Se dice a sí misma: todo esto no sería nada si no tuviera sueños hasta de los más vulgares para con tu cuerpo. Por ejemplo ahora la oficina se derrite, hay una playa y un atardecer, como en una película barata y taquillera, hay un beso, triunfal y final, el nuestro, pero mejor mecanizar, mejor las cartas y los informes y no querer pensar. Mejor, sí. Porque la idea es no terminar como las viejas de alrededor, pero en el peor de los casos cabe considerar que quizá sea más económico optar por los psicofármacos que vienen en blister de diez comprimidos. ¿Y él? El día que no tenga más pulmones se va a inyectar nicotina para sobrellevar el síndrome de abstinencia. ¿Y qué? ¿qué te pasa? ¿Te conmueve que en facultad haya tenido sueños de libertad para el futuro? ¿O que quince años después se haya olvidado de todo por un escritorio, dos secretarias, una casa, una mujer y un perro? Pero no. No es que se haya olvidado sino que trata de olvidar. Y se le nota. Como Agustina con las muñecas. A él no le va a gustar nunca el golf. A ella le gusta que se le note y sobre todo le gusta saber que su cuerpo conoce y recuerda el exceso, el placer irresponsable, la desmesura, y por más que trate de civilizarlo detrás de un nudo de corbata se le nota. Y así y todo no podés parar. Sí puedo, se dice. Paro, mecanizo, transcribo, puedo anular mi conciencia, así no hay dolor, hasta que él vuelve a salir. Ahora por fin su gesto es sólo para ella. La mira, le dice ?podés venir un minuto, con las cartas por favor?. Ella entra al despacho y se queda de pie. Él extiende la mano, dice algo en voz baja. ?Qué?, pregunta ella como si no entendiera, ?la puerta? y Agustina cierra. Recuerda algo que él dijo en la cama la última vez
- Hay secretos que son fuegos
- ¿Juegos?
Fuegos había contestado él. Su voz es la misma que ahora pero también tan distinta, ella vuelve a ver la oficina de persianas grises y escucha
- ¿Hablaste con la contadora por el pedido de equipos?
- Sí, dijo que hay que rehacer la carátula del expediente y que van a estar para abril.
Pero por favor no me hables de eso. Decime algo lindo o aunque sea algo horrible pero tuyo. Decime si cuando te levantás a la mañana siguiente no la tocás a ella esperando encontrarme.
- ¿Trajiste las cartas?
- Sí, acá están
- A ver...
Agustina se sienta frente a él, del otro lado del escritorio. Para mirarte mejor, se dice y sonríe. Él marca cosas en los papeles que lee. Si despega la vista de sus anotaciones le mira las manos, los hombros el cuello. Nunca la cara, la boca, los ojos. Cobarde, piensa ella. Teléfono, dice.
- ¿Atendés?
Asiente silenciosa. Sí señor jefe ocupado. Atiendo y después de hora se la chupo un poco.
- Tu mujer
- Gracias
Ella se pone de pie. Yo me voy, esto es demasiado. Yo me voy, se encamina a la puerta. Él cubre el auricular con la mano, dice quedate, necesito que corrijas algunas cosas. Retira la mano del tubo, dice hablamos más tarde y cuelga. Ella vuelve a sentarse y permanecen en silencio mirando cada uno su pila de papeles por casi un minuto.
Si me hacés quedarme por favor que sea para decirme que podés. Que hoy hay recreo después de clase.
- Lo que sí, esta semana va a ser imposible. Estoy con muchas cosas y ...
- No hay problema
No, claro que no hay. Lo que sí hay es una lista enorme de candidatos a premio consuelo. Y con un poco de suerte no sea ninguno de ellos. Con un poco de suerte uno de estos días me enamoro de cualquier otro y la próxima vez que me invites a salir en horario de almuerzo rebotás como pelotita de ping pong.
- No te enojes pero...
- No hay problema, en serio.
- ¿ya te vas?
- Sí
- Yo tengo que salir a comprar cigarrillos

Otra vez el ascensor. Por favor no. Como la película pero sin el glamour. Ya no tenemos quince años. Agustina va hacia el ascensor, él la sigue algunos pasos atrás. El ascensor con puertas manuales y sin salida en los entrepisos. Suben, él abre frente al bloque de cemento. Por favor tocame pero no me dejes así. Decime que vas a llamarme esta noche o mañana. O que vas a hacer lo posible. Dame dulce y mentime un poquito pero no me dejes así. Por favor. Él sale. Llegan hasta la puerta de calle y caminan en direcciones opuestas. A modo de saludo él dice nos vemos. Sí, si no nos vemos nos tocamos, ja.

En el colectivo otra vez la gente se pisa, se golpea, suda, se insulta por lo bajo. Ella piensa: encontrar a cualquiera que me de mis veinte minutos de terapia antes de llegar a casa. Y encontrar uno significa simplemente eso. Uno. Sin pretensiones artísticas ni ambiciones de poder. Simple estímulo para la respuesta orgánica. Si tiene que elegir entre oficinista o albañil, sin duda lo segundo. Buenos brazos, nada de miradas huidizas a la hora de las despedidas. Un poco de saludable ejercicio físico. Quizá, a fuerza de tenacidad en la búsqueda encuentre alguno mejor. El colectivo avanza lentamente junto a otros cientos de vehículos que parecen no caber en la avenida. Ella se baja cuando todavía falta casi la mitad del camino. Siente que va a matarse o matar a alguien si se queda ahí adentro. Prefiere caminar. Se detiene solamente a comprar un jugo y un atado de cigarrillos. Va por la vereda procurando esquivar los pies que caminan delante de ella. Observa: espaldas, cuellos, culos caídos de oficina y nalgas rozagantes de gimnasio. El suyo debe estar a medio camino, se siente tentada a mirarse pero no lo hace. Llegando a la esquina ve del otro lado de la calle y ahí está un potencial príncipe azul para hoy. Buen porte, aspecto de elegante delincuente juvenil. Puede que no haya terminado tercer grado pero ella no lo quiere para que recite la tabla del seis. Si se baña me caso, piensa. Si me habla es mío. Si me dice algo es que el maleficio se ha ido.
- Hola
- Hola
- ¿Tenés un minuto?
Él saca una carpeta negra que ella no había visto y ahora la desconcierta. No parece vendedor de teléfonos celulares ni de seguros de retiro.
- Sí
- Mirá, estos son mis análisis...
Y comienza a explicar una serie de cosas sobre la provisión de medicamentos que el hospital no distribuye. Dice que es portador y que tiene una nena de tres años que gracias a dios no está infectada y que si tenés un peso o algo, cualquier cosa ayuda. Agustina revuelve sus bolsillos, le da todas las monedas que lleva. Él le agradece y sonríe. Hace el ademán de acercarse como para darle un beso en la mejilla, pero se interrumpe. Se va diciendo cuidate, sos muy linda.

Ella se aleja y a medida que transcurren las cuadras va sintiendo una especie de alivio mezclado con pena. Se pregunta si será por saber que la maldición ha caído sobre otros con más fuerza que sobre ella misma, pero no cree que sea sólo eso. Es como si los recuerdos del día fueran diluyéndose y su voluntad de venganza para con ella misma también desapareciera bajo un manto de tristeza o de un impreciso sentimiento de devastación. Como si de pronto estuviera muy cansada. Mira el cielo. Sobre el horizonte crecen espesas y oscuras nubes que, cuando las alcance el frío de la noche, serán nada más que agua derramándose en la oscuridad.