sábado, marzo 19, 2005

Maleficio

Miró a la gente a su alrededor como quien escupe una suciedad oscura y pegajosa. Estoy maldecida pensó, aunque quizá se dice maldita. Él pasa y apenas la mira. Agustina se pregunta seriamente si cree en la cuestión penosa del destino, de que hay un destino. Si él y esta oficina son un destino y hasta qué punto un destino inexorable. La alfombra despide un penetrante aroma a cenicero. Hombres y mujeres entran y salen con apariencia fresca o la camisa sudada. Ahora se da cuenta de que quizá el gusto en la boca no sea por haber tomado tanto anoche sino por haber dormido poco. Debe tener cara de resaca, prefiere no ir al baño a constatarlo, otorgarse el beneficio de la duda. Y él. ¿Él qué? Él diría que se trata de un simple aunque poderoso ataque de hígado. Se pregunta por qué debería importarle lo que él piense. Y se calma porque ya no encuentra respuestas para darse. Se acuerda, hace diez años, cuando tenía once, iba a la psicóloga. Muchas veces en el consultorio tuvo esa sensación de no poder seguir rebatiendo sus propios argumentos. Ella decía ?sólo quiero ser normal, no es mi culpa si nunca me gustaron las muñecas?. Pero ahora decide que el tiempo sucederá más rápido si mecaniza su trabajo y persiste más allá de la desconcentración. Le saca punta a un lápiz, vuelve a guardarlo. Toma una pila de papeles de uno de los cajones. Pasa las páginas, hace algunas marcas. Vuelve a dejarlos donde estaban y comienza a escribir mirando fijamente el teclado. Sólo se inquieta en el momento en que él sale de su despacho. Lo ve caminar, lo siente inclinarse y escucha ?...los informes de compras y las cartas para la embajada?. Se dice a sí misma: todo esto no sería nada si no tuviera sueños hasta de los más vulgares para con tu cuerpo. Por ejemplo ahora la oficina se derrite, hay una playa y un atardecer, como en una película barata y taquillera, hay un beso, triunfal y final, el nuestro, pero mejor mecanizar, mejor las cartas y los informes y no querer pensar. Mejor, sí. Porque la idea es no terminar como las viejas de alrededor, pero en el peor de los casos cabe considerar que quizá sea más económico optar por los psicofármacos que vienen en blister de diez comprimidos. ¿Y él? El día que no tenga más pulmones se va a inyectar nicotina para sobrellevar el síndrome de abstinencia. ¿Y qué? ¿qué te pasa? ¿Te conmueve que en facultad haya tenido sueños de libertad para el futuro? ¿O que quince años después se haya olvidado de todo por un escritorio, dos secretarias, una casa, una mujer y un perro? Pero no. No es que se haya olvidado sino que trata de olvidar. Y se le nota. Como Agustina con las muñecas. A él no le va a gustar nunca el golf. A ella le gusta que se le note y sobre todo le gusta saber que su cuerpo conoce y recuerda el exceso, el placer irresponsable, la desmesura, y por más que trate de civilizarlo detrás de un nudo de corbata se le nota. Y así y todo no podés parar. Sí puedo, se dice. Paro, mecanizo, transcribo, puedo anular mi conciencia, así no hay dolor, hasta que él vuelve a salir. Ahora por fin su gesto es sólo para ella. La mira, le dice ?podés venir un minuto, con las cartas por favor?. Ella entra al despacho y se queda de pie. Él extiende la mano, dice algo en voz baja. ?Qué?, pregunta ella como si no entendiera, ?la puerta? y Agustina cierra. Recuerda algo que él dijo en la cama la última vez
- Hay secretos que son fuegos
- ¿Juegos?
Fuegos había contestado él. Su voz es la misma que ahora pero también tan distinta, ella vuelve a ver la oficina de persianas grises y escucha
- ¿Hablaste con la contadora por el pedido de equipos?
- Sí, dijo que hay que rehacer la carátula del expediente y que van a estar para abril.
Pero por favor no me hables de eso. Decime algo lindo o aunque sea algo horrible pero tuyo. Decime si cuando te levantás a la mañana siguiente no la tocás a ella esperando encontrarme.
- ¿Trajiste las cartas?
- Sí, acá están
- A ver...
Agustina se sienta frente a él, del otro lado del escritorio. Para mirarte mejor, se dice y sonríe. Él marca cosas en los papeles que lee. Si despega la vista de sus anotaciones le mira las manos, los hombros el cuello. Nunca la cara, la boca, los ojos. Cobarde, piensa ella. Teléfono, dice.
- ¿Atendés?
Asiente silenciosa. Sí señor jefe ocupado. Atiendo y después de hora se la chupo un poco.
- Tu mujer
- Gracias
Ella se pone de pie. Yo me voy, esto es demasiado. Yo me voy, se encamina a la puerta. Él cubre el auricular con la mano, dice quedate, necesito que corrijas algunas cosas. Retira la mano del tubo, dice hablamos más tarde y cuelga. Ella vuelve a sentarse y permanecen en silencio mirando cada uno su pila de papeles por casi un minuto.
Si me hacés quedarme por favor que sea para decirme que podés. Que hoy hay recreo después de clase.
- Lo que sí, esta semana va a ser imposible. Estoy con muchas cosas y ...
- No hay problema
No, claro que no hay. Lo que sí hay es una lista enorme de candidatos a premio consuelo. Y con un poco de suerte no sea ninguno de ellos. Con un poco de suerte uno de estos días me enamoro de cualquier otro y la próxima vez que me invites a salir en horario de almuerzo rebotás como pelotita de ping pong.
- No te enojes pero...
- No hay problema, en serio.
- ¿ya te vas?
- Sí
- Yo tengo que salir a comprar cigarrillos

Otra vez el ascensor. Por favor no. Como la película pero sin el glamour. Ya no tenemos quince años. Agustina va hacia el ascensor, él la sigue algunos pasos atrás. El ascensor con puertas manuales y sin salida en los entrepisos. Suben, él abre frente al bloque de cemento. Por favor tocame pero no me dejes así. Decime que vas a llamarme esta noche o mañana. O que vas a hacer lo posible. Dame dulce y mentime un poquito pero no me dejes así. Por favor. Él sale. Llegan hasta la puerta de calle y caminan en direcciones opuestas. A modo de saludo él dice nos vemos. Sí, si no nos vemos nos tocamos, ja.

En el colectivo otra vez la gente se pisa, se golpea, suda, se insulta por lo bajo. Ella piensa: encontrar a cualquiera que me de mis veinte minutos de terapia antes de llegar a casa. Y encontrar uno significa simplemente eso. Uno. Sin pretensiones artísticas ni ambiciones de poder. Simple estímulo para la respuesta orgánica. Si tiene que elegir entre oficinista o albañil, sin duda lo segundo. Buenos brazos, nada de miradas huidizas a la hora de las despedidas. Un poco de saludable ejercicio físico. Quizá, a fuerza de tenacidad en la búsqueda encuentre alguno mejor. El colectivo avanza lentamente junto a otros cientos de vehículos que parecen no caber en la avenida. Ella se baja cuando todavía falta casi la mitad del camino. Siente que va a matarse o matar a alguien si se queda ahí adentro. Prefiere caminar. Se detiene solamente a comprar un jugo y un atado de cigarrillos. Va por la vereda procurando esquivar los pies que caminan delante de ella. Observa: espaldas, cuellos, culos caídos de oficina y nalgas rozagantes de gimnasio. El suyo debe estar a medio camino, se siente tentada a mirarse pero no lo hace. Llegando a la esquina ve del otro lado de la calle y ahí está un potencial príncipe azul para hoy. Buen porte, aspecto de elegante delincuente juvenil. Puede que no haya terminado tercer grado pero ella no lo quiere para que recite la tabla del seis. Si se baña me caso, piensa. Si me habla es mío. Si me dice algo es que el maleficio se ha ido.
- Hola
- Hola
- ¿Tenés un minuto?
Él saca una carpeta negra que ella no había visto y ahora la desconcierta. No parece vendedor de teléfonos celulares ni de seguros de retiro.
- Sí
- Mirá, estos son mis análisis...
Y comienza a explicar una serie de cosas sobre la provisión de medicamentos que el hospital no distribuye. Dice que es portador y que tiene una nena de tres años que gracias a dios no está infectada y que si tenés un peso o algo, cualquier cosa ayuda. Agustina revuelve sus bolsillos, le da todas las monedas que lleva. Él le agradece y sonríe. Hace el ademán de acercarse como para darle un beso en la mejilla, pero se interrumpe. Se va diciendo cuidate, sos muy linda.

Ella se aleja y a medida que transcurren las cuadras va sintiendo una especie de alivio mezclado con pena. Se pregunta si será por saber que la maldición ha caído sobre otros con más fuerza que sobre ella misma, pero no cree que sea sólo eso. Es como si los recuerdos del día fueran diluyéndose y su voluntad de venganza para con ella misma también desapareciera bajo un manto de tristeza o de un impreciso sentimiento de devastación. Como si de pronto estuviera muy cansada. Mira el cielo. Sobre el horizonte crecen espesas y oscuras nubes que, cuando las alcance el frío de la noche, serán nada más que agua derramándose en la oscuridad.

2 Comments:

Blogger Roberto Iza Valdés said...

Este blog ha sido eliminado por un administrador de blog.

11:59 p. m.  
Anonymous Anónimo said...

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