martes, abril 12, 2005

bodas de sangre (frag.)

Luna:

Ya se acercan.

Unos por la cañada y otros por el río.

Voy a alumbrar las piedras. ¿Qué necesitas?

Mendiga:

Nada.

Luna:

El aire va llegando duro, con doble filo.

Mendiga:

Ilumina el chaleco y aparta los botones,

que después las navajas ya saben el camino.

Luna:

Pero que tarden mucho en morir. Que la sangre

me ponga entre los dedos su delicado silbo.

¡Mira que ya mis valles de ceniza despiertan

en ansia de esta fuente de chorro estremecido!

Leonardo:

¡Calla!

Novia:

Desde aquí yo me iré sola.

¡Vete! ¡Quiero que te vuelvas!

Leonardo:

¡Calla, digo!

Novia:

Con los dientes,

con las manos, como puedas.

quita de mi cuello honrado

el metal de esta cadena,

dejándome arrinconada

allá en mi casa de tierra.

Y si no quieres matarme

como a víbora pequeña,

pon en mis manos de novia

el cañón de la escopeta.

¡Ay, qué lamento, qué fuego

me sube por la cabeza!

¡Qué vidrios se me clavan en la lengua!

Leonardo:

Ya dimos el paso; ¡calla!

porque nos persiguen cerca

y te he de llevar conmigo.

Novia:

¡Pero ha de ser a la fuerza!

Leonardo:

¿A la fuerza? ¿Quién bajó

primero las escaleras?

Novia:

Yo las bajé.

Leonardo:

¿Quién le puso

al caballo bridas nuevas?

Novia:

Yo misma. Verdad.

Leonardo:

¿Y qué manos

me calzaron las espuelas?

Novia:

Estas manos que son tuyas,

pero que al verte quisieran

quebrar las ramas azules

y el murmullo de tus venas.

¡Te quiero! ¡Te quiero! ¡Aparta!

Que si matarte pudiera,

te pondría una mortaja

con los filos de violetas.

¡Ay, qué lamento, qué fuego

me sube por la cabeza!

Leonardo:

¡Qué vidrios se me clavan en la lengua!

Porque yo quise olvidar

y puse un muro de piedra

entre tu casa y la mía.

Es verdad. ¿No lo recuerdas?

Y cuando te vi de lejos

me eché en los ojos arena.

Pero montaba a caballo

y el caballo iba a tu puerta.

Con alfileres de plata

mi sangre se puso negra,

y el sueño me fue llenando

las carnes de mala hierba.

Que yo no tengo la culpa,

que la culpa es de la tierra

y de ese olor que te sale

de los pechos y las trenzas.

Novia:

¡Ay que sinrazón! No quiero

contigo cama ni cena,

y no hay minuto del día

que estar contigo no quiera,

porque me arrastras y voy,

y me dices que me vuelva

y te sigo por el aire

como una brizna de hierba.

He dejado a un hombre duro

y a toda su descendencia

en la mitad de la boda

y con la corona puesta.

Para ti será el castigo

y no quiero que lo sea.

¡Déjame sola! ¡Huye tú!

No hay nadie que te defienda.

Leonardo:

Pájaros de la mañana

por los árboles se quiebran.

La noche se está muriendo

en el filo de la piedra.

Vamos al rincón oscuro,

donde yo siempre te quiera,

que no me importa la gente,

ni el veneno que nos echa.

Novia:

Y yo dormiré a tus pies

para guardar lo que sueñas.

Desnuda, mirando al campo,

como si fuera una perra,

¡porque eso soy! Que te miro

y tu hermosura me quema.

Leonardo:

Se abrasa lumbre con lumbre.

La misma llama pequeña

mata dos espigas juntas.

¡Vamos!

(La arrastra.)

Novia:

¿Adónde me llevas?

Leonardo:

A donde no puedan ir

estos hombres que nos cercan.

¡Donde yo pueda mirarte!

Novia:

Llévame de feria en feria,

dolor de mujer honrada,

a que las gentes me vean

con las sábanas de boda

al aire como banderas.

Leonardo:

También yo quiero dejarte

si pienso como se piensa.

Pero voy donde tú vas.

Tú también. Da un paso. Prueba.

Clavos de luna nos funden

mi cintura y tus caderas.

Novia: ¿Oyes?

Leonardo: Viene gente.

Novia:

¡Huye!

Es justo que yo aquí muera

con los pies dentro del agua,

espinas en la cabeza.

Y que me lloren las hojas.

mujer perdida y doncella.